Pareciera ser que para alcanzar la categoría de humanos ya no sólo hay que plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro sino, además y por encima de todo, SER FLACA.
Esta indignada nota de reivindicación de los rollos, esta exaltada defensa de la celulitis, de exasperada admiración por las abundancias corporales, se la dedico con todo mi peso a la sociedad de consumo.
Entremos de lleno en la primera de las paradojas: "la sociedad de consumo". En ella vivimos, cultivamos el stress, mamamos de su smog y nos acreditamos un infarto. Mucha malaria junta, se diría, pero aún nos falta lo peor: esta bendita sociedad de consumo nos impide el sagrado placer de consumir y nos invita a la asquerosa tarea de consumirnos.
Cierto es que nos tientan con autos último modelo (que en la repucha vida conseguiremos adquirir), que nos estimulan el cáncer promocionando puchos, que nos empaquetan con productos tan extraños como una tumba arbolada (¿quién carajo quiere estar a la sombra adentro del hoyo?), y nos persuaden de que sin un televisor color no somos nada. Sin embargo, ninguno de estos productos, tanto los que podemos adquirir como los que siempre vamos a mirar con la ñata contra el vidrio, ninguno de ellos, repito, puede darnos esa espléndida, confortable, calmante y lujuriosa sensación de levantarnos a medianoche y manducarnos un regio sándwich de salame con mucha mayonesa.
Nadie, con la sagrada excepción del divino marqués que se las ingeniaba como un loco, puede encontrar el menor placer en chupar el capó de un auto 0 kilómetro, comerse un atado de puchos o mordisquear las arboledas de un cementerio a la clorofila.
Las anfetas y las minas
La sorda campaña antigordos que aquí se denuncia, se vuelve frenéticamente desembozada en cuanto se aproximan los calores.
Si durante el invierno una gordita podía considerarse como vagamente tiñosa, a esta altura del año puede anotarse en la fila de las leprosas. Desde los diarios y la televisión se nos recomiendan los regímenes más abstrusos y se nos propinan los consejos más aviesos.
• Encabezan la lista las pastillas para tomar a las diez de la mañana. Con esa mágica cápsula y un poco de viento a favor, en quince días se puede ingresar en el mundo de los humanos.
De aquí en más toco de oído pero, por lo que conozco del tema, o esas pastillas contienen anfetaminas con las que sin duda se baja de peso (previo caminar por las paredes como una mosca epiléptica) o no contienen anfetaminas, con lo cual, sospecho, debe ser más efectivo un Geniol.
• La otra ofensiva se libra por el lado de los institutos de belleza donde, una vez más, se nos promete el Paraíso. Primero nos recomiendan: "Tómese la piel a la altura de la cintura entre el índice y el pulgar: si tiene usted carne, no lo dude, ES UN ROLLO". O: "Mírese la parte de atrás de los muslos: si los nota fláccidos, es celulitis".
Pues bien, si una es tan gila de caer en la trampa, podrá comprobar que hasta la Mia Farrow tiene un rollo en la panza, y eso que "no tiene panza". Ni qué decir entonces las que sí tenemos: desde la Venus de Milo hasta las rotundas "Gracias" de Velázquez irían de cabeza a un instituto. En cuanto a mirarse los muslos de atrás, si lo intenta, seguro le da tortícolis; pero aun con el pescuezo tieso… ¡de la celulitis no se salva!
Pues bien, una vez demostrado que universalmente todos somos celulíticos, el instituto nos propone que en quince días, "sin píldoras, sin gimnasia y sin régimen", una saldrá debidamente escuálida. Me pregunto: si es sin píldoras, sin gimnasia y sin régimen, ¿qué les hacen? ¿Electroshock?
La TV nos tienta
Una de las ofensas de la sociedad de consumo es que, con absoluta inescrupulosidad, se nos vende también toda una parafernalia de objetos que, con sólo mirarlos, engordan.
Ha cundido por ejemplo la moda de las "procesadoras", que según nos muestran, pueden, con igual garbo, depilar un perejil como hacernos la cirugía estética si ponemos la nariz de chanfle.
La demostración comienza siempre con frutas y verduras de la estación sometidas al aparatejo (lo que no es para tanto, pues un gordo de ley jamás se tienta con cosas que no engordan) pero culmina a todo escándalo en una mesa tendida con carnes, cremas, postres con rulitos presentados como para tener una hemorragia de jugo gástrico.
Pero además observemos un instante quién nos vende esa máquina de dar placer. ¿Es tal vez una rolliza dama como era Doña Petrona? ¿Tiene acaso la humana carnadura de mi admirada Blanca Cotta? Pues no, las artífices de la infamia son "aparentemente" amas de casa como usted, ¿vio?, sólo que con seis horas de peluquería y noventa-sesenta-noventa en todo su esplendor. ¿Por qué no se hacen freír a máquina?
El chocolate y el traste
Saltemos de las procesadoras (total las zanahorias ralladas me dan asco) y vayamos a los "platos fuertes". Capeletis deshidratados con salsa a toda orquesta, tallarines de todo tipo, y para culminar, chocolates, montañas de chocolates, rellenos, con nueces, con almendras, con miel, con manteca, ¡con cinco billones de calorías!
Una vez más observemos a las damas encargadas de convencernos.
• Las de los tallarines reinan en su hogar con marido churrísimo, al que miran con la rotunda expresión de propietarias. El mensaje subliminal puede entenderse así: si usted cocina estos tallarines tan exquisitos, tiene garantido un marido ídem de bello y sumiso. Corre por nuestra cuenta –¡mal rayo las parta!– el tener la misma figura de las desgraciadas, que parecen alimentadas con hilo de coser.
• El tema de los chocolates es aún más perverso, pues para poder disfrutarlos pareciera que hay que tener dieciocho años, una cinturita de este tamaño, y un traste grande así. Con eso y una bici donde poder bambolearlo o un viento que nos ayude a exponerlo, ya somos acreedoras a que un jóven se enamore y, zápate, nos sepulte en golosinas.
He allí una flagrante contradicción psicológica: si una tiene esa edad, esa cinturita y ese traste, no tiene "tantas" ganas de comer chocolates como cuando nos ha quedado sólo el traste. A esa altura (me refiero a la coyuntura existencial del traste solo) es precisamente cuando se hace imperioso consolarse con un buen chocolate que reemplace los años que se nos fueron, la cintura que perdimos y el novio que por todo esto no tendremos. ¡Esta vida es una caloría absurda!
En nombre de Platón, a la sombra de Sócrates, in memoriam de Apuleyo y tantos y tantos griegos ilustres que se acostaban a comer hasta reventar mientras pensaban ni más ni menos que en la Filosofía, bajo la advocación de Balzac y la protección de todo el mujererío del Renacimiento que aún ostenta su opulencia desde los magníficos cuadros de Rafael, amparados en la socarrona sonrisa de la Gioconda, arrebujada en sus rollos de manteca y miel, por la rotunda sombra de las huríes que custodian el sabio paraíso de Mahoma, en nombre de todos ellos…
En verdad os digo: sólo los amplios de caderas entrarán en el reino de los Cielos.
Desconozco el autor....
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